Comunicación presentada al VI Congreso Ciudades Inteligentes
Autora
- Reyes Montiel Mesa, Periodista y Asesora de Políticas de Ciudad
Resumen
Afrontar la COVID-19 ha descompuesto nuestro modo de vida. Responder a los confinamientos a los que nos hemos visto abocados han abierto brechas que debemos superar de una manera inclusiva en el proceso de reconstrucción de nuestra vida personal, social y económica. El primer debate abierto es la disputa del espacio público. ¿Cómo garantizamos la salud y la seguridad de la población con medidas de distanciamiento social? El segundo debate es qué actividad económica sustentará esa “nueva normalidad” recogiendo oportunidades sobre las que ya veníamos reflexionando: sostenibilidad, digitalización, cuidados. En este escenario emergen las ciudades como el agente fundamental y la tecnología y la innovación social como herramientas imprescindibles.
Palabras clave
COVID-19, Distanciamiento, Reconstrucción, Ciudades, Espacio Público, Sostenibilidad, Digitalización, Gobernanza
Introducción
En la última década, las políticas de ciudad han cobrado un protagonismo inédito. La lucha por la resiliencia, la sostenibilidad, la calidad de vida, la salud y la inclusión de las personas en sus territorios – no en vano, concentran el 70% de la población mundial – ha tenido expresión internacional a través de la Nueva Agenda Urbana, impulsada por Naciones Unidas y es el objeto de multitud de redes internacionales como el Pacto de Alcaldes o C40.
Es en las ciudades donde mejor se han formulado estas políticas, tanto por su carácter de ordenación del territorio y sus insumos, como por ser la administración más cercana y, por lo tanto, más sensible, a los ciudadanos y ciudadanas. Con todas las dificultades y con sus propios recursos, las ciudades están implementando políticas de movilidad, de residuos, de conservación de la biodiversidad, de inclusión social, de conciliación, que le han conferido un papel de primer orden en las transformaciones necesarias para encarar el siglo XXI con garantías de futuro.
Sin embargo, como en todo, la COVID-19, ha dejado todo en suspenso. La concentración en la lucha sanitaria contra la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas, han eclipsado todas las agendas. Sin embargo, en el caso de las ciudades lo ha cambiado todo, asumiendo además todas las externalidades de los confinamientos en términos de movilidad, de residuos y de uso del espacio público.
El distanciamiento social como herramienta de salud pública
Evitar el contagio para así evitar el colapso sanitario. Esa ha sido la respuesta de la mayoría de los países ante la pandemia. Millones de ciudadanos han estado durante meses confinados en sus casas para evitar contagiar y contagiarse y permitir así que el sistema sanitario pudiera atender a las personas enfermas. Aún así, siempre son demasiadas las personas que mueren. Sin embargo, su objetivo se ha conseguido: ganar tiempo para tener la capacidad asistencial necesaria.
Por consiguiente, el confinamiento de la población ha sido una herramienta útil de salud pública. Pero, además, en términos de Agenda Urbana, ha conseguido evidenciar lo que muchas modelizaciones han estado intentando explicarnos con respecto a la crisis climática. ¿Qué pasa si consumimos menos?, ¿qué pasa si nos movemos menos?, ¿qué pasa con el espacio público cuando no estamos?
Ha mejorado la calidad del aire, se ha vuelto a los mercados, ha aumentado la biodiversidad en nuestras ciudades. En realidad, la pandemia nos ha puesto un espejo sobre lo que muchos científicos nos estaban alertando con respecto al cambio climático. La pandemia ha desnudado verdaderamente qué estamos haciendo mal. Si confinar ha servido para aflorar realmente nuestro estilo de vida, el desconfinamiento debe servir para cambiar de enfoque.
El distanciamiento social y la densidad de la vida en las ciudades
Michael Kimmelman (New York Times, 17 de marzo de 2020) señala que “para que muchos sistemas urbanos funcionen adecuadamente, la densidad de población es el objetivo, no el enemigo”. Sin embargo, en tanto no haya vacuna, el distanciamiento social es imprescindible. Uno de los argumentos que se han utilizado para explicar por qué el virus ha impactado de manera más evidente en las grandes ciudades ha sido la densidad de población, pero hay grandes núcleos urbanos en los que la densidad no ha significado una extensión del contagio (Planetizen, 14 de abril de 2020). En realidad, la densidad ha sido un acelerador en núcleos urbanos con problemas de vivienda, de especialización en sectores concretos, de movilidad, etc. (The New York Times, 15 de mayo de 2020) ¿Puede sobrevivir el estilo de vida urbano al distanciamiento social impuesto por el virus?
Este es el principal equilibrio que la pandemia rompe en nuestro estilo de vida urbano. La mayoría de las actividades urbanas necesitan un uso masivo para ser efectivo. El ejemplo más claro es el del transporte público. En condiciones normales, los sistemas de transporte urbano se miden por varios indicadores, pero el principal es el del uso, el número de viajeros. Todas las campañas de movilidad sostenible se basan en buscar la intermodalidad, el trasvase de viajeros a modos sostenibles pero, sobre todo, al transporte público. Una buena política de transporte público tiene como objetivo ofrecer frecuencias para la mayor cantidad de público.
Sin embargo, el enfoque incrementalista dejará de funcionar en la “nueva normalidad”. La norma de distanciamiento social obligará a mantener frecuencias masivas para, como mucho, el 50% de la población. En tiempos de confinamiento, en la red de Cercanías se ha dispuesto el 70% de la oferta para el 15% de los viajeros. ¿Debemos medir entonces el transporte público con los mismos parámetros que hasta ahora? ¿Debemos expulsar a la gente otra vez al vehículo privado? ¿Debemos decidir como sociedad mantener la oferta independientemente del uso? ¿Debemos considerarlo un servicio esencial? ¿Cómo lo financiamos?
Son preguntas importantes no sólo en términos de la política pública de transporte concreta. Además, no hay soluciones neutras. Depende de las soluciones y consensos que arbitremos que sigamos en la dirección correcta tanto ambiental, como socialmente.
El espacio público está en disputa
Si antes de la pandemia, la administración local tenía que regular el uso masivo del espacio público, sobre todo desde que el turismo y los nuevos modos de movilidad irrumpieron en nuestras ciudades, ahora la tienen que ordenar el vacío. Cómo resolver el uso del espacio público tendrá unas consecuencias sociales importantísimas, sobre todo en hostelería y en el turismo. La viabilidad de muchos negocios se ve comprometida con las medidas de distanciamiento social. Ampliar sus espacios al aire libre es una posibilidad, pero a costa de quién, ¿del coche? ¿del peatón? ¿Quedará entonces algún espacio libre de mercantilización?
La nueva economía, o la economía de plataforma también se verá seriamente afectada. En las ciudades, ya sabíamos que el espacio público es finito. Asistíamos sin muchos recursos a la invasión de las aceras de distintos tipos de vehículos. La mayoría de los negocios de plataforma (sobre todo, de movilidad) tienen que ver con el uso libre del espacio público. Las ciudades también lo han promocionado por fomentar vehículos alternativos limpios al privado, pero en un entorno donde cada metro de espacio público cuenta, ¿podremos mantener negocios en los que el recurso del espacio es gratuito? ¿Y si no lo es, es sostenible la economía de plataforma?
¿Residuo Cero?
Otras políticas también se resienten. Y aunque es verdad que hemos algo mejorado en nuestros hábitos de consumo en el confinamiento – principalmente, hemos vuelto a los productos frescos para cocinar en casa –, los puntos limpios y los contenedores de fracciones de recogida de ropa usada han permanecido cerrados. Paralelamente, el uso de guantes, mascarillas han disparado el uso de plástico y los residuos sanitarios han sido, en la mayoría de las ciudades, incinerados. Es pronto para hacer balance, pero no nos podemos permitir el lujo de dar pasos atrás en la separación y tratamiento de nuestros residuos, pero, sobre todo, en la prevención de los mismos.
¿Cómo será la actividad económica en las ciudades?
El impacto social y económico de la lucha contra el virus es devastador, tanto por el volumen como por su carácter transversal. Todos los sectores se han visto afectados bien por el cese de actividad en los confinamientos, bien por la falta de movilidad de los ciudadanos, mercancías o suministros o por las medidas de seguridad e higiene que se han tenido que adoptar.
Los distintos gobiernos han aprobado distintos paquetes de ayudas, subvenciones o líneas de financiación con la garantía del estado para responder al primer golpe de la pandemia. Sin embargo, la desescalada y la vuelta a la “nueva normalidad” sigue imponiendo medidas sanitarias que comprometen el futuro de las empresas y los negocios tal y como fueron concebidos. El escenario de operaciones de toda esta crisis es la ciudad, que recoge todas las externalidades de modelos en los que no participan con respecto a su diseño y funcionamiento.
Es evidente que hay que transformar la vida en las ciudades para tener futuro. Ya ha ciudades caminando esa senda, retomando el camino de políticas públicas sociales y ambientales que las redes de ciudades ya estaban poniendo en marcha. Un ejemplo es la ciudad de los 15 minutos que la Alcaldesa de París propone (El País, 10 de mayo de 2020).
Ahí la economía verde y la digitalización se erigen como instrumentos fundamentales si no están dedicados a paliar los efectos del estilo de vida urbano, sino que se establecen como generadores de actividad económica, valor y prosperidad. El principal reto es construir una actividad económica sostenible que genera ahorros (no consumos) y el fomento de la innovación abierta a través de la tecnología para generar valor (Gutiérrez Rubí, A., Ciudades como laboratorios de innovación [El País, 4 de enero de 2020]).
Conclusiones
La concentración en la lucha sanitaria contra la COVID-19 y sus consecuencias sociales y económicas, han eclipsado todas las agendas. Sin embargo, en el caso de las ciudades lo ha cambiado todo, asumiendo además todas las externalidades de los confinamientos en términos de movilidad, residuos y de uso del espacio público.
La densidad ha supuesto un acelerador en núcleos urbanos con problemas de vivienda, de especialización en sectores concretos, de movilidad, etc., que comprometen el futuro del estilo de vida urbano con la imposición de las normas de distanciamiento social.
Si antes de la pandemia, la administración local debía regular la densidad en el espacio público, ahora debe regular el vacío con consecuencias importantísimas para los sectores económicos radicados en su territorio, como la hostelería y el turismo. La economía de plataforma también se verá afectada ya que en la mayoría de las ciudades se basan en un recurso gratuito, el espacio público.
La transformación de la vida en las ciudades es imprescindible a través de políticas ambientales y sociales con una nueva economía que genere ahorro, no consumo, y valor a través de la innovación abierta.