Comunicación presentada al IV Congreso de Ciudades Inteligentes
Autoras
- Concepción Moreno Alonso, Directora de Proyectos, Escuela de Organización Industrial (EOI)
- Ana Afonso Gallegos, Directora de Proyectos, Escuela de Organización Industrial (EOI)
- Rosa M. Arce Ruiz, Directora de TRANSYT, ETSI Caminos, Canales y Puertos (UPM)
Resumen
En las últimas tres décadas, se ha trabajado para definir la Ciudad Inteligente (CI). Desde los sectores privado y público se proponen diferentes aproximaciones al concepto, pero no se dispone de una definición única. Por otra parte, observando la realidad de las distintas ciudades, se encuentra que habitualmente son las propias urbes las que se autocalifican como inteligentes, al no disponer de un patrón estandarizado que permita, objetivamente, acreditar la inteligencia urbana. Se revisan las aproximaciones relevantes al concepto CI y las críticas al mismo. Se presentan los riesgos identificados frente al despliegue de la CI y la consideración de ésta como un proceso continuo de transformación, en contraposición a un concepto estático.
Palabras clave
Ciudad Inteligente, Transformación Urbana, Territorios Inteligentes, Gentrificación, Smart City, Ciudad Conectada, City Sciences, Human City
Introducción
El concepto de Ciudad Inteligente aparece en la década de los 90, impulsado por las estrategias de desarrollo ejecutadas en ciudades del área Asia-Pacífico, en las cuales, las Tecnologías de Información y Comunicaciones (TIC) desempeñan un papel fundamental. La proliferación de redes electrónicas en la ciudad configura un modelo de ciudad sobre el que se depositan nuevas expectativas de crecimiento.
Este nuevo modelo urbano se identifica con la expresión Ciudad Inteligente o Smart City, como ciudad del futuro y, como tal, es objeto de trabajos dedicados a su estudio y conceptualización desde la década de los 90.
De acuerdo con la idea de Ciudad Inteligente, globalmente, se llevan a cabo a escala real numerosos proyectos de transformación urbana. A este respecto, es relevante la experiencia en la Unión Europea, con el impulso de la Agenda Digital y, en este marco, es de especial interés la experiencia de las ciudades españolas.
En esta línea, la Comisión Europea impulsa el intercambio de información y experiencias, la escalabilidad de los proyectos y su potencial de ser replicados en diferentes ciudades. Para ello, es recomendable que los proyectos reales se complementen con trabajo de investigación que permita reflexionarsobre los resultados y extraer las “lecciones aprendidas”. En este sentido, resultan pertinentes los trabajos de análisis sobre las características de las ciudades que abordan estos procesos de transformación, la identificación de patrones comunes, de factores de éxito y de barreras para alcanzar los objetivos de los proyectos. En las ciudades europeas se ha llevado a cabo una ambiciosa evaluación centrada en la Unión Europea (UE-28), para este trabajo se toma como muestra las 468 ciudades cuya población es igual o superior a 100.000 habitantes (Manville et al, 2014).
En España, las iniciativas se han venido canalizando a través el Plan Nacional de Ciudades Inteligentes (2015) y el posterior Plan Nacional de Territorios Inteligentes (2017). La Red Española de Ciudades Inteligentes (RECI), permite visibilizar los esfuerzos de las ciudades miembro (a julio 2017, RECI cuenta con 81 ciudades) el denominador común de estas ciudades es contar con población superior a 50.000 habitantes, tener una estrategia de trasformación urbana y voluntad de compartir experiencias.
El hecho de que hasta ahora son las propias urbes las que se autodesignan como Smart City, asociando así la ciudad a un amplio espectro de cualidades positivas, hace que el uso del término sea cuestionable. Cabe plantear la cuestión acerca de la naturaleza de dicha “inteligencia” y en qué medida se ha alcanzado realmente, pues un proceso de transformación de esta índole requiere un análisis previo y una estrategia, acordes con las características de la ciudad y los objetivos que se propone alcanzar.
Obviar la planificación estratégica previa y el seguimiento de su ejecución, entraña riesgos que pueden conducir a resultados indeseados, que se ponen de manifiesto a medida que se profundiza en el estudio de las Ciudades Inteligentes.
La presente comunicación resume los resultados de diferentes trabajos de investigación, entre ellos parte de los obtenidos en un estudio sobre 62 ciudades españolas miembros de la RECI, con el fin de contribuir a identificar factores de riesgo en los procesos de transformación urbana.
Evolución del concepto de Smart City: atributos de la ciudad inteligente
En el estudio de las Ciudades Inteligentes han intervenido múltiples agentes, procedentes de las administraciones públicas, en particular las administraciones locales, del sector privado y de la comunidad académica. La diversidad de intereses entre los agentes involucrados en este proceso de conceptualización da lugar a diferentes visiones, en virtud de su origen. Esto ha conducido a distintos conceptos de Ciudad Inteligente. En los trabajos para la conceptualización de la Smart City, es de destacar el papel jugado por el sector privado, en particular el sector que engloba las empresas de Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones, (AMETIC 2012; Angelidou, 2014; Mora et al., 2017) y que ha sido un motor fundamental para la puesta en marcha de nuevas iniciativas de desarrollo urbano.
Con carácter general, los trabajos que se vienen desarrollando tienden a centrarse, bien en aspectos específicos de la Ciudad Inteligente, o bien en análisis comparativos, en lugar de ofrecer un concepto global de la Ciudad Inteligente. Desde la aparición del término Smart City en los años 90, se han multiplicado los trabajos para definir este nuevo paradigma de ciudad. La Figura 1 recoge la evolución de las publicaciones en inglés sobre este tema, en ella se aprecia el interés recibido por parte de la comunidad científica, a través de los paper y comunicaciones a congresos, cuyo crecimiento en diez años ha sido espectacular (Mora et al, 2017).
La mayor producción de trabajos de investigación sobre Smart Cities se viene desarrollando en Norteamérica y Europa, siendo de destacar el peso de las universidades en el caso de los trabajos europeos, mientras que en Norteamérica éstas comparten presencia con compañías del sector TIC (Mora et al, 2017).
También se observan dos percepciones diferentes respecto a la madurez alcanzada por el concepto Smart City. Así, mientras que de los trabajos generados desde el sector empresarial se puede desprender la idea de que se trata de un concepto “maduro”, en la comunidad científica encontramos más extendida la idea de que no existe consenso sobre la definición de Smart City y, también, aparecen reflexiones críticas que ponen de manifiesto los riesgos que es preciso tener en cuenta y prever en un proceso de transformación urbana hacia la Ciudad Inteligente.
El enfoque basado en el despliegue de las TIC y su papel destacado en la mejora de servicios e infraestructuras básicas, como la gestión del tráfico o el alumbrado, ha sido impulsado desde el lado de la oferta, identificada ésta por las empresas del sector TIC fundamentalmente (Angelidou, 2014). Encontramos un significativo esfuerzo en la conceptualización de este nuevo modelo de ciudad desarrollado desde ese sector empresarial, de forma que, inicialmente, la idea de Ciudad Inteligente se relacionaba casi exclusivamente con la integración de las TIC en los procesos y servicios urbanos para desarrollarlos de forma más eficiente (Fundación Telefónica, 2011; AMETIC 2012; Fernández Güell, 2014).
Se identifican dos modelos de conceptualización de la Ciudad Inteligente. Por una parte, se encuentran los trabajos descritos como “tecnocéntricos”, más fragmentados, y en los que se aprecia mayor divergencia. Por otra parte, aquellos que atribuyen un enfoque holístico al concepto, asociándolo a un equilibrio entre diferentes factores (sociales, económicos, ambientales, humanos, culturales y tecnológicos). Estos trabajos evidencian cooperación entre los diferentes investigadores que promueven una definición holística de la Ciudad Inteligente (Mora et al, 2017).
La visión “tecnocéntrica” de la Ciudad Inteligente se impulsa desde el sector TIC, en su inicio se identifica con una ciudad en la que los procesos y servicios urbanos pueden hacerse más eficientes y eficaces en una ciudad conectada. La captación masiva de datos y su transformación en información mediante potentes herramientas de análisis, permite mejorar la gestión urbana, al facilitar la identificación de patrones de operación, permite también anticipar situaciones anómalas y, en general, mejorar la toma de decisiones.
La proliferación de trabajos para conceptualizar la Ciudad Inteligente no ha culminado en una definición en la que todas las partes interesadas estén de acuerdo (Fernández-Anez, 2017). De hecho, algunos autores abogan por descartar esta denominación, entre otros motivos por la forma en la que las ciudades se autootorgan la denominación de Ciudad Inteligente.
En este sentido, parece más adecuado tomar en consideración las características de lo que podría interpretarse que constituye la “Inteligencia “de una ciudad y analizar el grado de implantación de las mismas.
A medida que se ponen en marcha proyectos reales de Smart City, se manifiestan las necesidades e intereses de las ciudades, así como barreras a las que se enfrentan los proyectos y nuevos problemas. En consecuencia, aparecen otros enfoques, impulsados desde el lado de la demanda, que atribuyen nuevos objetivos a la Ciudad Inteligente, relacionados con los retos a los que la Ciudad debe dar respuesta: cambio climático, desarrollo económico o eficiencia en el uso de los recursos, entre otros (Angelidou, 2014).
La disponibilidad de datos de los procesos urbanos, la capacidad de transformar dichos datos en información de valor, la conectividad de los procesos e infraestructuras urbanas, junto con la apertura del acceso a datos y su uso, facilita que empresas y ciudadanos en general, puedan aportar propuestas innovadoras de servicios y modelos de negocio.
En consecuencia, se asocia la idea de Ciudad Inteligente a la ciudad conectada, eficiente, innovadora, “green city”, impulsora del emprendimiento de base tecnológica.
La propuesta de asociar una Ciudad Inteligente con seis ejes que, a su vez constituyen el marco de desarrollo de los proyectos Smart (Giffinger et al, 2007) cuenta con amplio consenso. A cada uno de los seis ejes se asocia un conjunto de atributos con los que identificar la ciudad inteligente.
- Smart Economy / Competitividad: Espíritu innovador, Capacidad emprendedora, Buena imagen, Localización de marcas impresariales, Productividad, Flexibilidad del mercado laboral, Internacionalización, Capacidad de adaptación.
- Smart People/ Capital humano y social: Alto nivel de cualificación, Capacidad de aprendizaje a la lo largo de la vida, Multiculturalidad, Flexibilidad, Creatividad, Cosmopolitismo, Participación ciudadana.
- Smart Governance/ Gobernanza: Participación en la toma de decisiones, Servicios públicos y sociales de calidad, Transparencia en la gestión, Estrategia política.
- Smart Mobility/ Movilidad: Accesibilidad local, Accesibilidad internacional, Disponibilidad de las infraestructuras TIC, Sistema de transporte sostenible, seguro e innovador.
- Smart Environment /Sostenibilidad ambiental: Atractivo natural, Ausencia de contaminación, Protección medioambiental, Gestión sostenible de los recursos.
- Smart Living/Calidad de vida: Infraestructura cultural, Salubridad, Seguridad individual, Calidad en la edificación, Infraestructura educativa, Atractivo turístico, Cohesión social.
La concepción holística de la Ciudad Inteligente, centrada en el ciudadano y entendiendo la tecnología como un medio para alcanzarla, se ha ido imponiendo en los trabajos de investigación científica y, es a partir de esta visión, desde la que se plantean los riesgos derivados del nuevo paradigma urbano.
Riesgos asociados a la ciudad inteligente
En contraposición al modelo de Ciudad Inteligente como referente de ciudad, diferentes autores han criticado, desde enfoques humanistas este nuevo paradigma, identificando los riesgos potenciales de su implantación y reclamando un mayor diálogo interdisciplinar (Inclezam y Prádanos, 2017).
Uno de los aspectos que suscitan una mayor crítica es el hecho de que son las propias ciudades las que se atribuyen la cualidad de “Inteligente”, por lo que este témino tiene más bien una finalidad “comercial” (Hollands, 2008) o de promoción de la ciudad, a través de una imagen de marca atractiva relacionada con la innovación.
Aunque se está llevando a cabo una destacada actividad de normalización, no existe una definición de referencia que facilite actualmente la aplicación del término de forma coherente para todas las ciudades que se autodenominan como inteligentes. Existe disparidad en la tipología y alcance de las iniciativas municipales llevadas a cabo por ciudades denominadas inteligentes (Manville, 2014; Moreno, 2015).
Por otra parte, en la mayoría de los proyectos de transformación urbana, se necesitan entre 2 y 4 años para percibir los resultados de estos (Baucells y Arce, 2017), mientras que, en algunas ciudades, el hecho de aprobar una estrategia o un proyecto Smart City, sin haber ejecutado o alcanzado resultados, se considera suficiente para identificarse como tal. El término Ciudad Inteligente tiene unas connotaciones positivas, explícitas e implícitas, que induce a su utilización como elemento de la estrategia de comunicación de las ciudades (Hollands, 2008).
La confluencia de diferentes intereses en las ciudades representa también un factor de riesgo en los procesos de transformación urbana (Hollands, 2008). De manera general podemos apuntar la falta de equilibrio entre los intereses del sector privado, en particular del sector TIC, y las necesidades reales de la ciudad, así como la falta de consenso real en la toma de decisiones estratégicas.
El papel protagonista atribuido a la tecnología plantea un riesgo destacado reiteradamente. Las experiencias a escala real llevadas a cabo y la difusión de éstas, ha propiciado, en muchas ciudades convencionales, el “mantra” que hace equivaler a las TIC con la regeneración urbana, pudiendo darse situaciones en las que la falta de adecuación entre el acceso real de los ciudadanos a la tecnología y el despliegue tecnológico llevado a cabo, conducen al fracaso de la inversión. El hecho de desplegar masivamente Tecnologías de la Información y Comunicaciones no hace inteligente una ciudad. La situación de partida, los objetivos a medio y largo plazo y la planificación estratégica, deberían configurar la evolución hacia la Ciudad Inteligente que, en cierta medida, se puede asimilar a la implantación de un modelo de mejora continua (Hollands, 2008).
Por otra parte, el despliegue tecnológico está diseñado para adaptarse al comportamiento del mercado y de los ciudadanos, por lo que existe el riesgo de amplificar comportamientos insostenibles y modelos de desarrollo obsoletos, implantados en un momento en el que la energía y los recursos eran baratos, dificultando la introducción de modelos más sostenibles, sin segregación de espacios (trabajo, ocio, residencial, compras…) que son más eficientes en relación con el consumo de recursos (Inclezam y Prádanos, 2017). Por ejemplo, mejorar el tráfico rodado a través de medidas Smart, puede animar al uso del vehículo privado, lo cual es un efecto contrario a la idea de Ciudad Inteligente.
Uno de los elementos clave es el despliegue de redes de infraestructuras diversas, públicas y privadas, para incrementar la eficiencia y promover el desarrollo urbano, cultural y social (Komnimos, 2006), lo cual afecta a un amplio espectro de infraestructuras: transporte, comunicaciones, servicios públicos y privados, edificios, etc., siendo las TIC la clave de esta interconexión y, en consecuencia, uno de los principales motores de la economía en las zonas urbanas. Las diferencias territoriales en la disponibilidad de dichas redes son un factor de desequilibrio social y territorial que ha movido a plantear el término Territorio Inteligente frente a la idea de Ciudad Inteligente, que, en un contexto más amplio, puede generar una polarización indeseada.
En este sentido, por parte de los agentes públicos y privados, es preciso reflexionar sobre la necesidad de equilibrar las actuaciones de impulso a las Ciudades Inteligentes con actuaciones equivalentes en el medio rural, a fin de evitar y revertir el proceso de despoblación rural (Plan Nacional de Territorios Inteligentes, 2017).
Otro aspecto que para algunos autores constituye un riesgo presente en las autodenominadas Ciudades Inteligentes, es su apoyo a un desarrollo urbano que enfatiza en el desarrollo de negocios, por lo que estas urbes se identifican con espacios neoliberales, en las que se produce un sutil cambio en la forma de gobierno municipal con la incorporación de principios empresariales. Las actuaciones llevadas a cabo en colaboración público-privada pueden encubrir un modelo de gestión orientado básicamente al desarrollo de negocios, minimizando el debate sobre el conflicto de intereses. Adicionalmente, se percibe cómo las ciudades pueden perder el control sobre sus proyectos Smart, asumiendo en ocasiones un papel de “laboratorio a escala real” al servicio de multinacionales radicadas en otro lugar (Hollands, 2008). En la práctica, como se deduce del estudio de las actuaciones que están llevando a cabo las ciudades españolas, existe un amplio margen de mejora respecto a las iniciativas destinadas evitar la brecha social, a la que puede conducir la implantación masiva de las TIC (Moreno, 2015).
En el caso de las Ciudades Inteligentes españolas, se consideró la existencia de campañas periódicas de información organizadas desde el ayuntamiento, las actuaciones orientadas a personas mayores (grupo de población en el que se acentúa la brecha tecnológica) y la programación regular de actividades formativas impulsadas por los ayuntamientos. Para esos tres apartados se trabajó identificándolas iniciativas que resultaban coherentes con la vocación de la ciudad de transformarse en Ciudad Inteligente.
Analizando la situación de 62 urbes, se encuentra que, así como la implantación de medidas para facilitar el acceso a internet se generalizan, son menos frecuentes las actuaciones destinadas específicamente a capacitar a la población para acceder a los nuevos servicios digitales, Figura 2.
Esta situación mueve a reflexionar sobre quiénes son los destinatarios reales de las Ciudades Inteligentes y la probabilidad de aumentar la brecha social en el caso de una pobre planificación. Cabe en este caso hacer un paralelismo con los procesos del mundo empresarial, en el que cualquier cambio estratégico que afecte a todas las personas relacionadas con la compañía, conlleva un esfuerzo en materia de información, comunicación y formación.
Crear mayor exclusión, social o espacial, se identifica como otro de los riesgos derivados de enfatizar en los aspectos tecnológicos y de desarrollo económico, minusvalorando las consideraciones sociales, lo que conduce a ciudades insostenibles desde el punto de vista social. La capacidad de las Ciudades Inteligentes para atraer “talento” o lo que Florida denomina “la clase creativa” (Florida, 2002), en general profesionales de alta cualificación, tiene su efecto negativo en el riesgo de aumentar la brecha social existente, así como propiciar los procesos de gentrificación (término adaptado del inglés, que alude al proceso de desplazamiento de la población original de un espacio por otra de nivel adquisitivo mayor). En este proceso de atracción de talento, la población estable puede resultar desatendida en aras de dar servicio a los nuevos vecinos con diferentes demandas y necesidades.
El proceso de gentrificación de la ciudad se produce no sólo en relación con la capacidad adquisitiva de la población, sino también con su nivel de educación y capacidad de acceso a la tecnología, por ello se trataría no sólo de afectar a los barrios sino también al estilo de vida, pautas de consumo, demandas de ocio de la ciudad. En consecuencia, aumento de la brecha social.
El efecto de atracción deriva en buena medida de la presencia de compañías (grandes y pequeñas), sin embargo, no se puede perder de vista que las empresas no necesariamente van a permanecer de manera indefinida. La obtención de mejores condiciones en otra región es un motivo de traslado. Mucha de la retórica sobre la atracción de talento a pymes de base tecnológica en las ciudades inteligentes, no tiene en cuenta que estas pequeñas compañías suelen depender de otras de carácter global que, en consecuencia, son empresas con alta capacidad para deslocalizarse.
La inversión para llevar a cabo la transformación urbana hacia la Ciudad Inteligente supone la aplicación de recursos públicos como señuelo de inversiones privadas que, a su vez, son móviles y además pueden ampliar la brecha social. La capacidad de deslocalización de las inversiones atraídas es un aspecto relevante a considerar. Estas, al igual que en los procesos de industrialización, establecen sus propias condiciones para radicarse en una ciudad o territorio.
Conclusiones
La idea de Ciudad Inteligente corresponde a un conjunto de características/atributos (en constante aumento) hacia las que la ciudad evoluciona por medio de las Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones.
Los procesos de transformación hacia la Smart City implican riesgos cuya prevención precisa un trabajo previo de planificación estratégica. Entre los riesgos derivados de estos procesos de transformación urbana se destacan:
- Desarrollo urbano liderado por criterios empresariales, en detrimento de los aspectos sociales y ambientales.
- Aumento de la brecha social, atribuible a desigualdad de las capacidades de la población para acceder a servicios básicos a través de las TIC.
- Aparición o intensificación de procesos de gentrificación espacial y social.
- Fomento del consumo de recursos como efecto rebote indeseado del aumento de la eficiencia.
- Ineficacia en la aplicación de recursos (inversiones) públicas en relación con las necesidades reales de los ciudadanos y las condiciones demandadas de calidad de vida.
- Temporalidad de las inversiones privadas, atraidas por la generación de espacios de innovación mediante incentivos públicos.
Las Ciudades Inteligentes españolas deberían reflexionar sobre los desequilibrios existentes entre los recursos dedicados al despliegue de tecnología y los recursos dedicados a capacitar a todos los ciudadanos para acceder a los nuevos servicios y disfrutar de mejoras en la calidad de vida. Finalmente, el despliegue de Ciudades Inteligentes debe contextualizarse en el Territorio a fin de evitar una mayor polarización territorial y, en consecuencia, que el efecto de despoblación existente se intensifique.
Referencias
- Angelidou, M. (2015). Smart cities: A conjuncture of four forces. Cities 47: 95-106.
- Baucells N. y Arce R. (2017) Análisis del concepto Smart City y la visión de los expertos en las Ciudades Inteligentes Españolas. Libro de Comunicaciones III Congreso de Ciudades Inteligentes.
- Fernández-Güell, J.M. (2015). Ciudades inteligentes. La mitificación de las nuevas tecnologías como respuesta a los retos de las ciudades contemporáneas. Economía industrial º 395 p. 17-25. MINETUR.
- Giffinger, R.; Fertner, C.; Kramar, H; Pichler-Milanovic, N. y MeijerS, Smart Cities Ranking of European Medium-Sized Cities.Centre of Regional Science, Universidad Tecnológica de Viena, 2007.
- Hollands R.G. (2008). Will the real smart city plese stand up?. City: Analysis of Urban Trends, Culture, Theory Policy12(3), 303-320.
- Inclezan D. y Prádanos L. (2017) Viewpoint: a critical view on Smart Cities and AI. Jorunal of Artificial Intelligence Research 60 (2017) 681-686.
- Manville, C.; Cochrane, G.; Cave, J.; Millard, J.; Pederson, J.; Thaarup, R.; Liebe, A.; Wissner, W.M.; Massink, W.R.; Kotterink, B. (2014) Mapping Smart Cities in the EU. European Parliament.
- Mora L., Bolici R. y Deakin M. (2017) The first two decades of smart City Research: A Bibliometric Analysis. Journal of Urban Technology 24:1. 3-27.
- Moreno C. (2015), Desarrollo de un modelo de evaluación de ciudades basado en el concepto de ciudad inteligente (Smart city). Tesis Doctoral.