El interés de las empresas españolas por incorporar vehículos eléctricos a sus flotas ha caído un 90% en el último año debido a los múltiples obstáculos que rodean a su implantación definitiva. De hecho, tan sólo un 2% de las empresas españolas apostará por el vehículo eléctrico antes de 2014, mientras que el año pasado, el 21% tenía intención de hacerlo, según revela la IV edición de El Barómetro del Vehículo de Empresa (CVO) promovido por Arval, compañía de renting del Grupo BNP Paribas.
El estudio -realizado entre más de 4.500 gestores de flotas de pymes y grandes empresas en quince países, con el objetivo de determinar las prácticas actuales y tendencias futuras en este sector- pone de manifiesto que este clima de desengaño no es exclusivo de España, sino que se extiende por toda Europa, donde sólo un 4% de las empresas planea sumarse a la moda eléctrica en los próximos tres años, frente al 21% de 2010.
Este desencanto viene motivado, fundamentalmente, por las limitaciones de uso que encuentran las empresas españolas en estos vehículos. En este sentido, acusan la falta de una oferta lo suficientemente versátil como para ajustarse a las necesidades de la compañía (34%). De hecho, a día de hoy la oferta de modelos es escasa y si nos atenemos a su tamaño y autonomía, están más orientados a facilitar los desplazamientos urbanos que a servir como herramienta de trabajo.
Además, aunque la mitad de ellas reconoce que identifica áreas de actividad de la compañía donde sería factible el uso de un eléctrico, más de tres de cada diez descarta esta posibilidad por el reducido alcance de las baterías (34%), afirmando que si su autonomía fuera superior a los 300 kilómetros valoraría su incorporación a la flota.
Tampoco el desarrollo alcanzado por los servicios en torno al eléctrico ha generado en las empresas españolas las confianza suficiente como para “rendirse a los encantos” de estos vehículos, pese a su bajo consumo energético por kilómetro recorrido. De hecho, casi dos de cada diez tienen la sensación de que no existe una red de talleres suficiente como para garantizar un mantenimiento o reparación eficaz en cualquier punto geográfico del territorio.
Ni siquiera las ayudas públicas han servido para hacer más atractivo el vehículo eléctrico para las compañías españolas, que, aunque consideran las subvenciones un estímulo (40%), siguen optando mayoritariamente por vehículos de combustión tradicional, abunda el estudio.
De hecho, el Barómetro del Vehículo de Empresa muestra que, a pesar de las medidas del Ministerio de Industria para incentivar las ventas, la introducción de los vehículos eléctricos en el parque español no está viniendo, como se esperaba, de la mano de flotas numerosas como las de las grandes empresas o las propias Administraciones Públicas, sino a través de pequeñas operaciones que representan “auténticas pruebas piloto”.
En este sentido, las matriculaciones de coches eléctricos sumaron sólo 82 unidades en el primer trimestre, que unidas a las 400 del año 2010 dan como resultado una cifra muy lejana a los objetivos planteados por el Gobierno, que prevé alcanzar un parque de 20.000 vehículos de este tipo a cierre de 2011.
Según el director del CVO, Alejandro Madrigal, el programa de incentivos puesto en marcha por el Ejecutivo en mayo -en el que se contempla una subvención de hasta 6.000 euros por vehículo- difícilmente permitirá alcanzar las 250.000 matriculaciones previstas para el horizonte 2014, sobre todo, cuando con el presupuesto total -72 millones de euros- tan sólo hará posible financiar en torno a 12.000 unidades.
Asimismo, la incertidumbre sobre la depreciación de los vehículos con tecnologías eléctricas supone un freno para su desarrollo. Al no existir un histórico previo sobre el valor residual de estos vehículos, las compañías de renting se ven obligadas a asumir “riesgos” a no ser que los propios fabricantes se comprometan inicialmente a recomprar parte de esas flotas finalizado el periodo del contrato.
Los híbridos tampoco convencen
Los vehículos híbridos, por su parte, también han sufrido en el último año una estrepitosa caída del 47% en lo que respecta a la intención de uso por parte de las empresas. Sólo un 16% de las compañías españolas y un 22% de las europeas se plantea incorporarlo a sus flotas en los próximos tres años, lo que supone un retroceso de catorce y nueve puntos porcentuales, respectivamente, sobre 2010, cuando cerca del 30% tenía la idea de contar con ellos a corto plazo.
En este contexto, los vehículos de bajo consumo siguen ganando terreno como la opción de movilidad más demandada por las empresas y más realista para garantizar trayectos eficientes. Así, ocho de cada diez compañías españolas y más de siete de cada diez europeas incorporará a sus flotas coches de este tipo antes de 2014, mientras que el año pasado éstas apenas llegaban a la mitad (46%) en España, frente al 58% en Europa.
Esta intención de invertir de nuevo en coches después de que la falta de financiación obligara a prolongar la vida de los vehículos corporativos como medida de ahorro explica que las empresas prevean un crecimiento de las flotas cercano al 15% en los próximos tres años. Además, estiman que la presión sobre los costes de la flota crecerá en torno al 12% en 2011, lo que pone de manifiesto que las empresas están comenzando desde ya a dedicar una parte de la partida presupuestaria a la renovación de sus coches de empresa.
Finalmente, el estudio de CVO pone de manifiesto que detrás de esta lenta carrera hacia el vehículo eléctrico subyace el escaso interés de las empresas españolas por reducir el impacto medioambiental de sus flotas. Tanto es así que el 78% de las compañías reconoce no contar con iniciativas para reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera. Además, el 80% de las compañías afirma no haber modificado hasta la fecha su “car policy” para cumplir con las normativas europeas de contaminación
En este sentido, las compañías europeas muestran algo más de conciencia ecológica que las españolas, ya que casi cuatro de cada diez se ha preocupado de poner en marcha programas de medidas que minimicen los perjuicios de su flota sobre el entorno.